(septiembre, 2016)
¿Qué os impulsó a crear Aleph Winery?
En la creación de Aleph convergieron la pasión por el vino, desarrollada a lo largo de muchos años de catas entre amigos y de admiración por las joyas de la enología mundial, el anhelo de demostrar que nuestra tierra puede dar grandes vinos y una circunstancia accidental que nos permitió recuperar viñedos familiares que estaban arrendados.
Es un proyecto que nace con mucha ilusión y sin prisas. Sabemos que el vino requiere tiempo y hemos tardado varios años en sacar nuestras primeras botellas. Obtener medalla de oro en el concurso Nuevo Vino 2016 con nuestra primera elaboración ha supuesto una gran satisfacción, confirmando que vamos por el camino adecuado.
¿Qué filosofía hay detrás de Aleph?
Nuestro punto de partida es la convicción de que la comarca de La Manchuela es una zona privilegiada para la elaboración de grandes vinos, por la combinación de suelos, altitud y climatología. Desde tiempos inmemoriales estas características se han aprovechado para una viticultura que sacaba partido de ellas con grandes producciones. Nuestra filosofía es que, si todo ese potencial se concentra en la calidad sacrificando cantidad, se pueden obtener vinos excepcionales, con tipicidad y gran capacidad de guarda.
En una tierra donde se puede obtener más de 10 kg de uva por cepa, nuestro objetivo es no generar más de 1-1,5 kg. La idea es hacer un vino basado en una viticultura razonable (huyendo de etiquetas tipo ecológico, biodinámico, natural, etc.), orientada a bajos rendimientos que permitan extraer un zumo concentrado con la esencia de la tierra.
Por ello, todos nuestros vinos proceden de prácticas vitícolas respetuosas con la naturaleza y los hombres que contribuyen a su elaboración. No necesitamos fertilizantes ni pesticidas ni riego porque no nos preocupa la cantidad. Esta es la mejor garantía de que nuestro producto es fruto de la naturaleza y de nada más. Nuestras tiradas son siempre limitadísimas, oscilando entre las 700 y las 6.000 botellas.
Otra de las bases de nuestro proyecto es la ausencia de prejuicios y de dogmas, salvo el respeto a la tierra, a su fruto y a las personas que lo hacen posible. Por eso no dudamos en trabajar tanto con variedades autóctonas como con variedades foráneas, con cepas viejas y con cepas jóvenes, buscando solo la máxima calidad en el resultado. El trabajo de la tierra, el cuidado de la viña, la selección de las uvas, el control minucioso de la vinificación y la maestría de nuestra enóloga, Presen Cuenca, garantizan unos vinos de alta calidad.
¿Ofrecéis visitas de enoturismo en la Bodega? (A particulares, empresas, etc.)
Somos una bodega pequeña. A mí me gusta decir que no llegamos ni a garaje. Nuestras instalaciones son modestas y en ellas el centro es el vino y todo lo que puede requerir en su crecimiento y su maduración óptima, con el fin de crear un producto con carácter de excelencia: acero inoxidable, control de temperatura, suelo epoxi, barricas de la máxima calidad. No hay ninguna concesión a lo accesorio: no tenemos una arquitectura singular, ni un restaurante estrellado, ni un bello jardín. Pero estamos encantados de atender a nuestros visitantes y mostrarnos como somos: una bodega basada en la viticultura tradicional y en la tierra, «de pueblo», con aspiración de hacer grandes vinos.
Organizamos visitas de pequeños grupos (hasta 25-30 personas) con degustaciones, catas e incluso posibilidad de montar una auténtica comida campestre en la que no pueden faltar unos buenos gazpachos manchegos a la lumbre. A escasos kilómetros de la bodega hay un sinfín de sitios interesantes para visitar, la mayoría de ellos en el entorno de las hoces del Júcar (Alcalá del Júcar, Jorquera, El Molinar, …), con lo que se puede disfrutar de un día completo e inolvidable.
¿Cuál crees que es la fórmula para que los jóvenes vuelvan al vino?
Creo que hay dos aspectos en los que tenemos que mejorar aprendiendo de vecinos como Francia o Italia. El primero es lo que tiene que ver con la cultura del vino. El vino es un producto con raíces tan hondas en nuestra civilización como las de una cepa vieja. Detrás del buen vino está el esfuerzo de muchas personas que trabajan la tierra de manera natural y, de hecho, el vino es uno de los pocos productos verdaderamente naturales que nos quedan: solo uva exprimida, fermentada y reposada (creo que la etiqueta vino natural es un disparate, porque da a entender que el resto no lo son).
El vino, además, tiene una diversidad inabarcable y es capaz de transmitir sensaciones inefables que conectan íntimamente al consumidor con la esencia de una tierra que quizá nunca pise. Hay que seducir a los jóvenes con toda la magia y la cultura que hay en el vino, en el que se conjuga tradición y modernidad, pasado y futuro, en un producto intemporal que llevan disfrutando cientos de generaciones. Para ello, hace falta el segundo de los ingredientes a los que quería aludir: el disponer de locales adecuados para degustar el vino en condiciones aceptables. Italia y Francia están plagadas de “enoteche” y “bars á vins” que ofrecen un buen número de referencias con diversidad y calidad y con un servicio profesional, incluyendo buenas copas y la temperatura apropiada. Es cierto que en España están empezando a verse locales de este tipo, pero faltan muchos para que no sean una excepción, sino algo habitual y fácil de encontrar. La oferta genera la demanda y nuestra oferta es, en muchos casos, muy deficiente.
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